Muere Joybubbles, reverenciado como el primer pirata informático
-  A través de sus silbidos, descubrió    cómo manipular las líneas telefónicas
- Joybubbles, en una foto del 2005.
MADRID
Un niño ciego de 9 años, llamado Joe Engressia, descubrió en 1957, por simple  casualidad, que podía emitir silbidos a 2.600 hercios, idénticos a los de las  señales telefónicas. Ese niño, considerado hoy una leyenda, el precursor de todo  el movimiento hacker, reverenciado por su habilidad para manipular las  líneas y llamar a cualquier lugar sin pagar un duro, murió por causas naturales  el 8 de agosto en la ciudad norteamericana de Minneápolis. Su carnet de  identidad aseguraba que había cumplido 58 años, pero él llevaba tiempo con la  edad petrificada.
Un buen día, cuando rondaba los 40, Joe Silbidos  Engressia miró hacia atrás y, al rememorar los abusos sexuales que había sufrido  durante sus años en una escuela para invidentes, se dio cuenta de que no había  tenido ninguna infancia y que ya era hora de que empezara a tener una, así que  hizo dos cosas: se rebautizó como Joybubbles (Burbujas Alegres) y proclamó que  en adelante tendría 5 años. Para siempre.
Por entonces, Joybubbles ya había  aparcado su rol como agitador del sistema telefónico, ya era rara la vez que  silbaba a 2.600 hercios, un don que le había permitido, por ejemplo, dar la  vuelta al mundo saltando de una centralita a otra, de una ciudad a otra, de un  país a otro, de un continente a otro, para acabar llamando al teléfono que tenía  al lado y responderse a sí mismo, comprobando cuánto tiempo tardaba su voz en  recorrer la Tierra. Por esta extraordinaria aptitud, el cofundador de la casa  Apple, Steve Wozniak, dijo en sus memorias que había sido una de sus más  tempranas influencias.
Durante los últimos días, internet ha estado repleta  de tributos a esta especie de Peter Pan. "Nunca pensé que pudiera fallecer. Las  leyendas siempre parecen inmortales", ha dejado escrito en un foro un usuario  que responde al sobrenombre de Xcalibur. Como con otros fenómenos de la  contracultura, el mito del ahora fallecido surgió a raíz de su persecución. De  no haber sido detenido, es probable que Joybubbles se hubiera pasado la vida  silbando en la oscuridad, para unos cuantos amigos de la Universidad de South  Florida, a quienes cobraba un dólar por cada llamada.
En 1969, este  protohacker fue pillado por la compañía telefónica Bell --creada por el  padre del invento, Graham Bell--, y entonces todo cambió. La prensa publicó su  historia y Joybubbles comenzó a recibir llamadas extrañas. Llamadas de niños de  Los Angeles que también sabían cómo manipular las líneas, llamadas de otro grupo  californiano --formado por invidentes, como él-- que emitían frecuencias a 2.600  hercios por medio de silbatos que regalaban unos cereales muy populares en la  época, llamadas de Seattle, de Massachusetts, de Nueva York... Muchos no se  conocían entre sí. La prestigiosa revista Esquire, en un extenso  reportaje, retrató en 1971 al ahora fallecido como el "catalizador" de este  fenómeno, llamado phreaking, una mezcla de las palabras phone  (teléfono) y freak (fanático).
DESENTRAÑAR EL SISTEMA
La  diferencia entre la mayor parte de los miembros de esta subcultura y Joybubbles,  según su amigo Mark J. Cuccia, consistía en que este "nunca trató de robar a la  compañía telefónica o dañar las líneas. Lo único que pretendía, a través de sus  asombrosas habilidades, era saber cómo funcionaba el sistema". Todos aquellos  que lo conocieron aseguran que no tenía ninguna malicia, que era como un niño  superdotado. No es extraño, por tanto, que decidiera volver a la infancia en  1988, eligiera tener 5 años hasta el día de su muerte y fundara la Iglesia de la  Eterna Niñez --cuyo nombre lo dice todo--, de la que era pastor.
Ayer, cuando  uno llamaba a su número teléfonico, disponible a través de la red, tras seis  tonos todavía se disparaba un mensaje que, en la característica voz del pionero  de los hackers --aguda y, cómo no, de tono pretendidamente aniñado--,  decía esto: "Hola, soy Joybubbles. Puedes dejar un mensaje de hasta ocho  minutos. Gracias por llamar y que Dios te bendiga". Por primera vez en décadas,  no había nadie que recogiera su tan amado auricular.
 

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